martes, 13 de agosto de 2013

Castillos.

Todavía funciona
la vieja buena magia,
el gesto sencillo,
la palabra precisa que surge sola,
el saber, sin saber, haciendo.

Todavía quedan
las viejas señales,
los caminos de siempre,
el cerrar los ojos,
lanzarse
confiando
en no llegar al suelo.

Tanto bueno todavía.

Pero también quedan
las otras heridas,
los otros silencios,
las tristezas perennes
y las que se repiten.

Quedan los vacíos
y mil historias que no fueron
y cien mil que pudieron ser,
y un millón de otras vidas,
y las pocas que quedaron
y al final
nada más ésto:
Volver a los viejos refugios,
como si el tiempo no existiese,
como si todo fuese
una serie de pausas,
una colección de fotos,
una especie de ensueño.

Y sin embargo,
lo demás existe,
ha existido
y pesa
y falta
y duele.

Vaya que si pesa,
vaya que si falta,
vaya que si duele.

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