lunes, 19 de agosto de 2013

Porque en noches como ésta.

Días en qué se fraguaba tinta
que hoy es lluvia ya hacia lento ocaso.

Agostos que extienden alas inacabables,
ahora que apenas amanece en invierno.

Brechas, mechas, tiempo, aire.
Promesas pincelándose.

Ver llover desde otros rostros, la misma ventana,
redes que acaban volviéndose poemas.

Bifurcaciones posibles, de haber habido,
se rompe el mundo cada tarde.

Ahora nada del todo rotunda,
espejos unitarios, especímenes.

martes, 13 de agosto de 2013

Castillos.

Todavía funciona
la vieja buena magia,
el gesto sencillo,
la palabra precisa que surge sola,
el saber, sin saber, haciendo.

Todavía quedan
las viejas señales,
los caminos de siempre,
el cerrar los ojos,
lanzarse
confiando
en no llegar al suelo.

Tanto bueno todavía.

Pero también quedan
las otras heridas,
los otros silencios,
las tristezas perennes
y las que se repiten.

Quedan los vacíos
y mil historias que no fueron
y cien mil que pudieron ser,
y un millón de otras vidas,
y las pocas que quedaron
y al final
nada más ésto:
Volver a los viejos refugios,
como si el tiempo no existiese,
como si todo fuese
una serie de pausas,
una colección de fotos,
una especie de ensueño.

Y sin embargo,
lo demás existe,
ha existido
y pesa
y falta
y duele.

Vaya que si pesa,
vaya que si falta,
vaya que si duele.

sábado, 10 de agosto de 2013

Océanos.

La palabra es la forma y el sentido,
el puñal y la caricia, la tempestad innata
perdida en el fondo del abismo.

La palabra es la herida como siempre,
y también el beso que se anhela,
imposible tantas veces.

La palabra es el abrazo más improbable,
es entrega aunque sea poca,
es un dibujo entre mil instantes.

La palabra es el ladrillo y el lamento,
la puerta que duda al aire,
es la boca y es el gesto.

La palabra que al fin falta,
esa que recoja eso de ahí dentro,
esa, esa será la palabra.

lunes, 5 de agosto de 2013

Mientras fuera llueve.

Somos extremos
de una misma tormenta.

Naúfragos
que se marchan.

No quisimos ser isla
y ahora somos pedazos
que ni se buscan.

Nos cruzaremos en otras lluvias.
Plano sobre plano,
otra sonrisa robada,
no esa
definitiva,
ausente,
sólo sonrisa trámite,
punto final.

Pánico de esos días pasados,
rigurosamente repetibles,
definibles, indecididos.

¿En dónde ahora, en qué tinieblas,
a que último faro aferrarse?

Voz, voz ausente.
La tuya.
La mía.
Voces, voces ausentes.

Mirando cada trozo desde el mismo rayo,
reflejos de todos los imposibles:
Un gesto, una palabra.

Antaño ya,
demasiado.

El tiempo se solidifica alrededor.
¿Cuándo llovió, yo aquí,
tú aquí,
por última vez?
¿Cuándo amainamos?
¿Qué sol nos secó de esta manera?

Ahora el cielo.

Todo pasa.
Todo acaba.

No, no todo,
no siempre.

No aquí.






viernes, 2 de agosto de 2013

¿Que qué?

¿Y qué he de rasgarme ahora,
si es mi propia sombra la que hiere
la última fortaleza en que me hallaba?

¿Dónde conduce esta agonía inconclusa,
esta arrogancia que comienza a perecer
hija del miedo y la más terrible cobardía?

¿Por qué es tan inevitable no romperse, no olvidarse,
no descrearse, no deshacerse, no perderse?
¿Por qué es tan necesario que amanezca?

Dejadme, aquí, al cariño de la noche
donde pueda inventarme que no soy,
donde la nada me acurruque,
donde no estén mi boca silente y huidiza,
mis ojos tan ausentes, mi yo
encogido en cualquier futuro imposible
añorando lo que no podrá ocurrir.

Dejadme aquí con este ansia,
con este fuego inquebrantable,
con este lecho indivisible,
con estos muros sin vanos,
con estas tierras sin llaves.

Dejadme aquí pues lo he elegido,
no sé qué quise, no sé en que esquina,
en qué camino, en qué piedra soñé
que la batalla no estaba decidida,
que los ecos eran otros y que todavía
brillaría el azul, el rojo, el amarillo,
que de aquellos lodos apenas quedaba
el recuerdo de una sangre primeriza y agostada.

Hoy no es lo que pasa, es viento añejo,
las voces continuas desde mis rincones,
las lanzas golpeando las certezas.
Los tambores,
los tambores,
los tambores
que repiquetean,
que redoblan,
que resuenan,
que retumban,
que revientan.

Dejadme solo con los tambores,
ahí, donde más me duele,
encerrado aquí dentro,
agonizante como un atardecer robado,
como un hambre minúscula.

Dejadme hoy que me rompa y que me rasgue,
que el cierzo me lleve, que me arrastre el mar,
no me dejéis huir, no me presentéis la estepa,
no pongáis la brida a los caballos
de esas eternidades indefensas.

Hoy reina la luna,
¡que reine!
No soy rama ni escombro, solo aire.
Allá voy, al abrazo del hastío,
al abrigo sin rasguños
de esa vieja conocida
que es la eternidad menos un instante,
ese instante
en que te miré
y nada más supe que callarme.