sábado, 16 de febrero de 2013

Al amanecer del quinto día.

Cómo si fuese fácil no hacerlo.
Cómo si fuese posible.

Y cómo no hacerlo, sin embargo.
Cómo pensar ahí fuera,
si aquí dentro,
tan pocas veces ahí enfrente,
está todo, o al menos, tanto.

Cómo parpadear y perderse un segundo,
cómo no cerrar los ojos y dejar que el azul se multiplique,
cómo no querer estirar este segundo
un segundo más.

Cómo no pretender abarcar ese sin límite,
ese susurro,
ese torrente.
Cómo no anhelar
esa presencia breve e infinita,
toda esa inefabilidad, ese hálito,
ese aliento imperceptible,

Cómo callar ese silencio,
o cubrirlo de un manto de palabras
que siempre fallan,
que siempre sobran,
que no describen,
que sólo inventan,
que sólo intentan
explicar y explicarse
este eso tan aquel.

Cómo vivir sabiendo
que allí tan cerca,
que aquí tan lejos,
existe esta luz tan pasajera,
ese otro universo,
esa calma, esa fuerza,
ese camino.

Cómo, en fin, excusarse
por soñar un recoveco, una puerta, otra distancia,
por ni poder ni querer un momento
alejarse de los hombros encogidos,
las manos en los bolsillos,
los ojos fijos en no se sabe dónde,
en un mundo demasiado ínfimo,
en una vida demasiado grande,
en un si pudiera tan hermoso.







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